Texto para la Muestra por el Acto Reparación de Legajos

La Facultad de Bellas se ha dado a la tarea de restituir, de recuperar, los legajos y la documentación de estudiantes, docentes, no docentes, graduadas y graduados que durante la última dictadura militar se vieron obligados a abandonar sus carreras, cátedras y puestos de trabajo. Este reencuentro con las memorias académicas que como resultado hoy se entregan y vuelven a ocupar su legítimo lugar, se reconoce en la voluntad de saldar una deuda con nuestro pasado reciente.
Como todo documento escrito que pertenece a otra época y que pervive en el tiempo, su recuperación, la decisión de reencontrarse con él, anexa una nueva página a su devenir, en este caso, en los términos de una reparación histórica. Los legajos son papeles que, más que un escudo o una arquitectura común, constituyen el cuerpo de una institución, una parte fundamental de la memoria textual y visual de los esfuerzos humanos que configuraron y configuran el ámbito universitario. Sin embargo, pese a tratarse de documentos personales, a medida que envejecen, exhiben su naturaleza compartida: ya por su organización o su cronología común, ya por el espacio que ocupan dentro de algún fichero. Algunos de ellos se escribieron a máquina y se firmaron a mano, o al revés, y otros por las inclemencias del tiempo, guardan sus viejos datos entre indelebles firmas azules y borrosas anotaciones a lápiz, entre sellos institucionales y texturadas tipografías a golpe de máquina. De esta manera, como todo conjunto de documentos históricos, los legajos pueden contribuir, si esa es la voluntad de quien los encuentra, a recuperar tanto calificaciones, fechas u observaciones como timbres de voz y memorias que de otro modo permanecen en silencio.
Pese a ello, son otras inclemencias, aquellas que el frío léxico académico puede ocultar y que la historia escribe, las que hacen que esta recuperación no pueda dar voz plena a ese silencio, aunque sí, intentar repararlo, darle su legítimo lugar. Cuando leemos en esos amarillentos papeles acerca de la extinción de una carrera en 1976 por falta de estudiantes, sobre las notas del último examen que un profesor tomó en 1974 o la extracción del legajo de un alumno que abandona su carrera en 1975, lo que resuena en esas líneas, no son los datos que se señalan, sino el silencio que vendrá después. En algunos casos una sensación ocasionada por la discontinuidad material en un archivo que continúa hasta hoy a pesar de estas ausencias.  En otros, es el propio legajo, casi como un palimpsesto, el que nos entrega las contradicciones imposibles de esos años de terror: la clausura indeterminada, la extracción irregular de información, la pequeña ruina de papel que deja la ausencia de una foto, etc. Así, es en los pliegues de estos indicios, hermanados por las continuidad de las fechas, donde se descubren voces e historias encarnadas por otras palabras -verdaderas y ausentes allí- como son exilio, detención y desaparición. Palabras, que nuestras políticas de Memoria, Verdad y Justicia nos impiden olvidar.
En este sentido, la recuperación de los legajos no se trata de la presentación de una evidencia ya tristemente confirmada, ni sólo de un intento de restitución de meros datos históricos. Se trata de exponer la voluntad y el esfuerzo institucional de restituir y reencontrarse con estas memorias, aún sabiendo de antemano que no será suficiente, ya que solo una pequeña parte del esfuerzo es para con los vivos.  Se trata, en último término, de un gesto que intenta devolver a su lugar la memoria académica de alumnos y alumnas, docentes y no-docentes que se hicieron preguntas valientes y que fueron víctimas del terrorismo de estado. Unas preguntas que no cesan de resonar y que, diría con verdad un pensador de la memoria, siguen relampagueando hoy en este instante de peligro. Por Federico Ruvituso