24 de marzo 2020

24 de Marzo

 A 44 años del último golpe cívico militar en la Argentina

Este aniversario del golpe genocida se presenta muy diferente. Por primera vez las marchas conmemorativas que todos los años se llevan a cabo en nuestro país no van a ser posibles debido a la emergencia sanitaria que atravesamos y a las prevenciones de salud que en este marco se deben respetar.

Sin duda resulta difícil pensar una fecha tan significativa para nuestro pueblo sin el encuentro en las calles, sin la movilización que nos permite expresarnos y desarrollar ese trascendente acto de memoria colectiva que se repite año a año. En ese acto levantamos las banderas de Memoria, Verdad y Justicia y recordamos a lxs 30.000 luchadores populares  desaparecidxs y asesinadxs por el terrorismo de Estado, en ese acto reivindicamos sus sueños por un mundo más justo, un mundo mejor.

En la coyuntura de profunda crisis humanitaria que nos toca franquear, los valores de solidaridad, entrega, amor al otrx y sentido de comunidad que nuestrxs compañerxs practicaban, se hacen imprescindibles; lo comprobamos cada día en los gestos más pequeños y en los más importantes. El individualismo egoísta que nos acecha cada vez que triunfa el neoliberalismo encuentra sus límites en situaciones como esta: nadie puede salvarse solo.

Por todo esto, hoy como nunca y hoy como siempre, tengámoslos presentes.

Que se escuche fuerte nuestro grito: ¡Treinta mil compañerxs detenidxs desaparecidxs presentes, ahora y siempre!

 

En nuestra página están las semblanzas y las fotos de lxs 35 compañerxs víctimas del terrorismo de Estado de nuestra Facultad, pero debemos recordar que son cerca de 700 lxs detenidxs desaparecidxs y asesinadxs  (estudiantes, docentes y no docentes) de la UNLP,  el número asciende a más de 2000 en la zona de La Plata, Berisso y Ensenada y a 30.000 en todo el país. Este dramático número incluye niñxs, adolescentes, estudiantes,  obrerxs, empleadxs y profesionales.

 

What do you want to do ?

New mail

What do you want to do ?

New mail

16 de septiembre de 2019 / 43 años de La Noche de los Lápices

 «Yo era el rey de este lugar,hasta que un día llegaron ellos. Gente brutal, sin corazón, que destruyó el mundo nuestro.»   Charly García; Sui Generis

Las ciudades de La Plata, Berisso y Ensenada fueron duramente castigadas por la última dictadura cívico-militar argentina. Durante aquellos largos siete años en la región el terror fue ley y miles de estudiantes y trabajadorxs fueron presxs, secuestradxs, desaparecidxs y asesinadxs. Entre tantas historias dramáticas y dolorosas que se han conocido a partir de los testimonios de sobrevivientes, familiares y organismos de derechos humanos, la que se recuerda como Noche de los lápices ha tenido una trascendencia particular y un alto impacto en el movimiento estudiantil secundario de todo el país.

Los hechos

 Ya en plena dictadura, a lo largo del mes de septiembre de 1976, muchos colegios secundarios de la ciudad fueron hostigados por las fuerzas represivas. Entre las noches del 16 y el 21 de septiembre, en diversos operativos llevados adelante de manera conjunta por el Batallón 601 del Ejército y la Policía Bonaerense al mando de Ramón Camps y Miguel Etchecolatz, fueron detenidxs estudiantes de entre 16 y 18 años que militaban en distintas organizaciones políticas y que habían participado activamente durante el año 1975 en la lucha por el boleto estudiantil.

El 16 de septiembre secuestraron a María Claudia Falcone y María Clara Ciochini del Bachillerato de Bellas Artes, Daniel Racero y Horacio Ungaro del Colegio Normal N°3, Claudio de Acha y Francisco López Muntaner del Colegio Nacional, todxs ellxs militantes de la UES; al día siguiente, detuvieron ilegalmente a Patricia Miranda y Emilce Moler, estudiantes del Bachillerato de Bellas Artes —y en el caso de Moler, también perteneciente a la UES—. Finalmente, el día 21 de septiembre fue el turno de Pablo Díaz, estudiante del Colegio España y militante de la Juventud Guevarista.

Después de sus secuestros todxs fueron conducidos al centro clandestino de detención conocido como Pozo de Arana, donde se lxs sometió a salvajes torturas. Posteriormente, fueron separadxs y trasladadxs a diferentes destinos: María Claudia Falcone, María Clara Ciocchini, Daniel Racero, Horacio Ungaro, Claudio de Acha, Francisco López Muntaner y Pablo Díaz fueron llevadxs al CCD Pozo de Banfield; en tanto que Patricia Miranda y Emilce Moler, recalaron junto con otrxs detenidxs en el CCD Pozo de Quilmes y luego fueron trasladadas a la Comisaría 3° de Valentín Alsina, en Lanús.

De ese grupo de estudiantes, solo tres sobrevivieron. Luego de haber quedado por decreto bajo el Poder Ejecutivo Nacional y de haber sido alojadxs en cárceles, en 1978 fueron liberadxs Emilce Moler y Patricia Miranda y en 1980 Pablo Díaz, quien sacó a la luz estos trágicos sucesos cuando declaró en el Juicio a las Juntas del año 1985, en un testimonio que impactó fuertemente a la ciudadanía.

Noche de los lápices, emblema de la lucha estudiantil secundaria

El primer recordatorio de estos acontecimientos fue llevado adelante por Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas de La Plata en el Auditorio de  la Facultad de Bellas Artes, al cumplirse el noveno aniversario de esos hechos en el mes de septiembre de 1985. Junto con la Coordinadora Estudiantil por los DDHH —articulación de estudiantes secundarios y universitarios impulsada en aquella época por Familiares— se realizó un trabajo de recopilación de información que fue volcado en un audiovisual y una intervención en la que participaron estudiantes de la Escuela de Teatro de la Provincia de Buenos Aires.

Ese primer homenaje motorizó una gran movilización de estudiantes secundarios que, por primera vez y de manera espontánea, marcharon por las calles de nuestra ciudad, recorriendo calle 7 bajo la lluvia, desde la Facultad de Bellas Artes hasta la Plaza San Martín. Desde ese momento, la fecha continuó siendo evocada todos los años en sucesivas marchas que crecieron hasta extenderse por todo el país. A partir de entonces, septiembre se convirtió en un mes con alta significación para lxs estudiantes secundarixs y para la lucha estudiantil y, desde el año 2006, en reconocimiento a aquél grupo de jóvenes militantes desaparecidxs, cada 16 de septiembre se conmemora el Día de los Derechos de los Estudiantes Secundarios.

En la memoria y en el recuerdo permanente de estxs jóvenes se homenajean lxs más de doscientxs adolescentes de entre 13 y 18 años que fueron desaparecidxs y asesinadxs en manos de la más sangrienta de todas las dictaduras que sufrió nuestro país. En las luchas y reivindicaciones de lxs estudiantes de hoy laten los sueños de aquellxs adolescentes que militaban con espíritu solidario en busca de alcanzar una patria con justicia social. Hoy más que nunca sus ideales continúan vivos.

María Clara Ciochini, Claudio de Acha, Maria Claudia Falcone, Pancho López Muntaner, Daniel Racero, Horacio Ungaro, ¡presentes! ¡ahora y siempre!

 ¡Los lápices siguen escribiendo!

Texto para la Muestra por el Acto Reparación de Legajos

La Facultad de Bellas se ha dado a la tarea de restituir, de recuperar, los legajos y la documentación de estudiantes, docentes, no docentes, graduadas y graduados que durante la última dictadura militar se vieron obligados a abandonar sus carreras, cátedras y puestos de trabajo. Este reencuentro con las memorias académicas que como resultado hoy se entregan y vuelven a ocupar su legítimo lugar, se reconoce en la voluntad de saldar una deuda con nuestro pasado reciente.
Como todo documento escrito que pertenece a otra época y que pervive en el tiempo, su recuperación, la decisión de reencontrarse con él, anexa una nueva página a su devenir, en este caso, en los términos de una reparación histórica. Los legajos son papeles que, más que un escudo o una arquitectura común, constituyen el cuerpo de una institución, una parte fundamental de la memoria textual y visual de los esfuerzos humanos que configuraron y configuran el ámbito universitario. Sin embargo, pese a tratarse de documentos personales, a medida que envejecen, exhiben su naturaleza compartida: ya por su organización o su cronología común, ya por el espacio que ocupan dentro de algún fichero. Algunos de ellos se escribieron a máquina y se firmaron a mano, o al revés, y otros por las inclemencias del tiempo, guardan sus viejos datos entre indelebles firmas azules y borrosas anotaciones a lápiz, entre sellos institucionales y texturadas tipografías a golpe de máquina. De esta manera, como todo conjunto de documentos históricos, los legajos pueden contribuir, si esa es la voluntad de quien los encuentra, a recuperar tanto calificaciones, fechas u observaciones como timbres de voz y memorias que de otro modo permanecen en silencio.
Pese a ello, son otras inclemencias, aquellas que el frío léxico académico puede ocultar y que la historia escribe, las que hacen que esta recuperación no pueda dar voz plena a ese silencio, aunque sí, intentar repararlo, darle su legítimo lugar. Cuando leemos en esos amarillentos papeles acerca de la extinción de una carrera en 1976 por falta de estudiantes, sobre las notas del último examen que un profesor tomó en 1974 o la extracción del legajo de un alumno que abandona su carrera en 1975, lo que resuena en esas líneas, no son los datos que se señalan, sino el silencio que vendrá después. En algunos casos una sensación ocasionada por la discontinuidad material en un archivo que continúa hasta hoy a pesar de estas ausencias.  En otros, es el propio legajo, casi como un palimpsesto, el que nos entrega las contradicciones imposibles de esos años de terror: la clausura indeterminada, la extracción irregular de información, la pequeña ruina de papel que deja la ausencia de una foto, etc. Así, es en los pliegues de estos indicios, hermanados por las continuidad de las fechas, donde se descubren voces e historias encarnadas por otras palabras -verdaderas y ausentes allí- como son exilio, detención y desaparición. Palabras, que nuestras políticas de Memoria, Verdad y Justicia nos impiden olvidar.
En este sentido, la recuperación de los legajos no se trata de la presentación de una evidencia ya tristemente confirmada, ni sólo de un intento de restitución de meros datos históricos. Se trata de exponer la voluntad y el esfuerzo institucional de restituir y reencontrarse con estas memorias, aún sabiendo de antemano que no será suficiente, ya que solo una pequeña parte del esfuerzo es para con los vivos.  Se trata, en último término, de un gesto que intenta devolver a su lugar la memoria académica de alumnos y alumnas, docentes y no-docentes que se hicieron preguntas valientes y que fueron víctimas del terrorismo de estado. Unas preguntas que no cesan de resonar y que, diría con verdad un pensador de la memoria, siguen relampagueando hoy en este instante de peligro. Por Federico Ruvituso